AGENTE: (Con tono acusatorio) ¿No habrá saltado a ese balcón para verse con su amada saltándose así a la vez las reglas del confinamiento?
JORGE: Pero, agente… si fuera así, ¿para qué iba a saltar al balcón? Hubiera ido por la puerta… con lo torpe que soy.
AGENTE: En eso tiene razón. (Pausa) Creo que lo mejor es que hable con su vecina.
JORGE: ¿Usted cree? ¿A estas horas? Estará durmiendo… mejor no molestarla…
AGENTE: Tiene de nuevo razón. No debería despertar a una ciudadana que no ha delinquido a estas horas de la noche… vendré cuando amanezca.
JORGE: Pero si no ha sido nada… ¿no podemos olvidarlo y ya está?
AGENTE: Querido Jorge, me gustaría. Pero ya sabe que la ley es inflexible… si empezamos a dejar manga ancha… ¿nunca sabríamos dónde poner el límite?
JORGE: Ya, pero yo estoy aquí. Soy torpe. No voy a ir a ningún sitio. Ya está… ¿para qué darle más vueltas?
AGENTE: Jorge, lo siento… la ley es la ley… y no descansaré hasta desvelar por qué hemos recibido ese aviso de fuga desde su brazalete.
JORGE: Agente, pero las leyes las ponen los humanos, y los humanos somos comprensivos.
AGENTE: Yo no conozco a quienes ponen las leyes. ¿Usted les conoce?
(Jorge niega con la cabeza)
AGENTE: Nadie conoce ya a los que ponen las reglas. Están muy lejos de nosotros. En Bruselas o en Nueva York, no sé, lejos. Puede que ni siquiera sean humanos.
JORGE: ¿Cómo no van a ser humanos?
AGENTE: Los humanos no son de fiar, demasiadas emociones. Es mejor que las reglas las marque el sistema y que los humanos nos dediquemos solo a obedecerlas.
JORGE: Pero, agente, yo (el agente le corta)
AGENTE: Jorge, le voy a ser sincero: esto tiene muy mala pinta…